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No soy un extraño - Jim Jarmusch, Stranger than Paradise.

Publicado: 2011-08-01

“Toda ciudad es un destino porque es, en un principio, una utopía”, escribió Sebastián Salazar Bondy sobre Lima. Y si bien un abismo de diferencias dista a Lima de Nueva York, la sentencia de Salazar Bondy tiene vigencia inclusive para esta última. Y para toda gran ciudad. Pues la ciudad moderna surge también del movimiento y de la aglomeración, de la traslación vertiginosa de gente que busca asentarse en la promesa de una nueva vida, mejor vida, en la ciudad.

Pero ese destino es un mito también. Pues el reverso de la gran ciudad –mito vertiginoso del progreso y del placer bullendo en cada esquina- es un escenario pueril y sombrío. La individualización –que acarrea vivir en la ciudad- tiene una paradójica faz de hombres indiferenciados asumiendo roles insulsos, sustituibles y predecibles. Transitar por la ciudad se convierte, entonces, en un colectivo trance de rumbos y plazos (pre)fijos. Sea de ida o de vuelta.

Pero siempre está la posibilidad del vagabundeo.

Pero siempre está la vida en la frontera.

Precisamente ese es el espacio donde se sitúa Jim Jarmusch para presentarnos la vida en la ciudad, como lo hace en Stranger than Paradise (1984), su segundo largometraje. Excelente película montada como un conjunto de viñetas en movimiento (en blanco y negro), interrumpidas por breves pausas oscuras, sobre la vida de tres personajes anodinos -Willy, Eddie y Eva- y su errático trayecto por New York, Cleveland y Florida.

La película se estructura en tres partes: “El nuevo mundo”, “un año después” y “Paraíso”. La narración es bastante sencilla: Eva, una muchacha de Budapest,  llega a los Estados Unidos para vivir con su tía. Antes debe permanecer unos días en la habitación de su primo Willy, en New York, pues la tía debe hospitalizarse. Esa corta estadía irrita a Willy, dedicado a la vagancia y al juego junto a su amigo Eddie, pero con el paso de los días termina asimilando su presencia. Luego viene la partida de Eva hacia Cleveland. Un año después, y habiendo acumulado una pequeña fortuna estafando en el Póker, deciden darle una visita (Willy y Eddie) a Eva. La vida no ha cambiado mucho para todos,  es más, la estancia en Cleveland resulta tan similar a la ocurrida en el cuarto de Willy. Al final deciden retornar a New York. Sin embargo, algo cambia sus planes: el deseo de viajar a Florida. Retornan a Cleveland por Eva y su errático viaje los lleva a un extraño e inesperado desenlace.

1. El nuevo mundo: “sólo en inglés, por favor.”

Desde el inicio de la película sabemos lo que nos espera: Jarmusch nos presenta el anverso del sueño americano: las primeras escenas de la soñada Nueva York son un cúmulo de calles casi desiertas y empobrecidas, autos desvencijados y edificios hoscos. Eva transita por ellas, acompañada de una canción de Screamin´ Jay Hawkins. Fabuloso inicio. Luego no sabemos más de la ciudad, pues todo transcurre en la estrecha habitación de Willy. Jarmusch hilvana, escena tras escena, una convivencia anodina en la que Eva inicia su breve aprendizaje de la vida americana: comida chatarra, programas de televisión, fútbol americano… hay un escepticismo colmado de una seca ironía en las escenas y en los diálogos de los personajes. El acierto de Jarmusch es que es capaz de narrar una historia sin caer en dramatismos.

2. Un año después: Todo lo extraño suena a Cleveland.

Eddie, charlando con Willy en una escena, dice la frase clave de la película: “Viajas a un lugar que no conoces y todo se ve igual”. Tras el largo viaje en busca de Eva la misma rutina invade a los personajes: ver televisión, jugar a las cartas, ir al cine… sin embargo, estos personajes no parecen sufrir conflictos existenciales, son seres errabundos, marginales, de alguna manera eso los salva de una vida autómata pero al mismo tiempo no encuentran algún interés excepcional por la vida… simplemente duran. Esta mirada es matizada por instantes de un humor absurdo: el diálogo con el obrero, el juego de cartas con la tía, la escena en el cine. Lo único que anima a Willy y Eddie, además del juego, es la presencia de Eva… existe un extraña atracción por ella, sin llegar a definirse del todo en la película.

Poco antes de retornar a New York, deciden visitar el lago Erie. Toda la escena es invadida por el blanco, el lugar no se ve, la nieve lo cubre todo y ese horizonte blanco es una metáfora de lo especial de una ciudad: un significante vacío. Ellos contemplan “eso” especial y no hay nada que ver. Pero esa proyección es tan fuerte, que mueve a los personajes… la migrancia se sueña en un horizonte en blanco, pero ese prestigio es tan grande que nos anima a movernos hacia él. Eso fue, en gran medida, lo que propició el viaje, primero de Willy, luego de Eva, que los llevó de Hungría a Estados Unidos.

3. Paraíso: la ruta que te lleva al sol, te puede regresar al frío.

Esta vez los tres deciden viajar al sur, pasan de la nieve de Cleveland al sol de Florida. Pero ya estamos atentos al escepticismo de Jarmusch: Florida es carretera, playa desierta, tienda de souvenirs olvidada en el camino. Pero siempre hay momento de comprar unos lentes de sol o un sombrero para el calor. El mito se esfuma, se repiten  las escenas de siempre: Eva encerrada en el cuarto del hostal, Willy y Eddie buscando ganar dinero en las apuestas… esta vez las cosas no van bien, pero todo lo define el azar. Eva es confundida con otra mujer y recibe una cuantiosa suma de dinero, decide huir, a donde sea, pero al llegar al aeropuerto el único vuelo posible tiene como destino Budapest. Willy va tras ella para impedir su retorno y al final, la confusión los lleva por caminos totalmente distintos.

Siempre es bueno ver a Jarmusch y recorrer con él, y su extraño sentido del humor, la vida en el anverso del espejo, en el camino que se sueña frontera.

Y vagabundear, como Eva, con Jay Hawkins, mejor aún.


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Lima, Hora Cero

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